El término Antigüedad ha
estado sujeto a debate y a modificaciones, sobre todo en lo relacionado a su
extensión cronológica y geográfica.
El término Antigüedad se
identifica con el periodo de la Historia comprendido por la antigua Grecia y la
antigua Roma. Sin embargo, en el siglo XIX Eduard Meyer (1855-1930) incluyó
también el Próximo Oriente y Egipto al suponer que el mundo grecorromano no
resultaba ser sino heredero de varios aspectos desarrollados en esos contextos.
En este sentido, a medida que
se han ampliado los conocimientos sobre las culturas de la Antigüedad, se han
reforzado los argumentos del historiador alemán, por lo que se considera que la
Historia Antigua es el periodo que comprende desde el inicio de una serie de
fenómenos culturales y sociales que tienen lugar hacia la mitad del IV milenio
a.C. en Próximo Oriente, desde donde se extendieron a otras regiones, hasta
finales del siglo VI de nuestra era.
Por consiguiente, la Historia
Antigua no sólo ha de comprender el estudio de la antigua Grecia y de la
antigua Roma, sino también de Próximo Oriente y de Egipto.
Hay que destacar la escasez fuentes
y la carencia de los suficientes medios auxiliares a la hora de investigar esta
etapa de la Historia. Una de las dificultades más significativas es la extrema
amplitud temporal de la Historia Antigua, a lo que se une la gran diversidad
cultural de las distintas civilizaciones que se suceden en la Antigüedad.
GEOGRAFÍA DE EGIPTO
Desde sus orígenes el ser
humano escogió con cuidado los lugares para construir sus asentamientos. El
denominador común de todos ellos fue que tuvieran un fácil acceso al agua y que
ésta fuera abundante, quedando en segundo plano las necesidades de defensa.
Estos dos condicionantes se
cumplían ampliamente en el caso de la civilización egipcia. El agua que
proporcionaba el Nilo era más que suficiente, y la defensa la aseguraba el
desierto que comenzaba a pocos centenares de metros de las orillas del río. De la
importancia del Nilo ya habló Heródoto, probablemente tomando la expresión de
Hecateo, cuando señala en su libro II que Egipto es un don del río.
Precisamente «el río» es como los egipcios llamaban al Nilo, vocablo del que
desconocemos su origen pero que procede del griego Neilos.
Los orígenes del Nilo siempre
fueron objeto de especulación y fue sólo a mediados del siglo XIX cuando se
consiguieron establecer con certeza sus fuentes situadas en el Lago Victoria.
El curso del Nilo está interrumpido por una serie de cataratas que se enumeran
desde su desembocadura. La primera se encuentra a unos 950 km, cerca de Siene
(Asuan). Fue en este espacio, el comprendido entre la primera catarata y la
desembocadura, en el que se desarrolló principalmente la civilización egipcia.
Con la retirada de los
glaciares, hace unos 20.000 años, lo que había sido una zona agradable para la
vida se fue desertizando, y si bien hasta ese momento, el territorio por el que
discurría el Nilo era una región pantanosa y poco apta para la vida, con la
perdida de humedad de la tierra, se convirtió en una zona ideal para acoger a
aquellos que huían del avance de los desiertos, el Sahara por el oeste y el
Arábico por el este.
El ciclo climatológico provocó
que el deshielo de las nieves, que se habían acumulado en las montañas de la
zona centro-oriental de África, aumentara considerablemente el cauce de los
ríos que alimentaban el Nilo y este comenzara a desbordarse los primeros días
de julio, alcanzado su máximo nivel a inicios de septiembre, para regresar a su
nivel habitual en octubre. Pero durante casi tres meses había inundado las
tierras cercanas y depositado en ella una rica capa de cieno que el agua había
arrastrado desde las montañas y que año tras año fertilizaba la tierra sobre la
que se depositaba, convirtiéndola en extremadamente fértil.
En efecto, el río Nilo fue la
base articuladora de la vida y de la civilización egipcia. A lo largo del río
surgieron poblaciones cuya vida hacía posible. Pero si el aporte de agua era
importante, los más importante, sin duda, era la capacidad de fertilización de la
tierra que proporcionaba sus periódicas inundaciones, inundaciones que por
debajo de los seis metros eran escasas y pronosticaban un año de hambre y que
por encima de los nueve podía suponer la catástrofe y la inundación de las
cercanas poblaciones.
A lo largo del río surgieron
los llamados nilómetros que indicaban la cuantía de la crecida del río y
servían de referencia a los campesinos. Muchos aspectos de la vida egipcia
estaban regulados por el río, como la división del país o el calendario de tres
estaciones basadas en la actividad del río: ajet (estación de la
inundación), peret (estación de la cosecha) y shemu (estación de
la sequía).
La base de la economía
egipcia, por tanto, fue la agricultura, toda la vida giraba en torno al río
Nilo, que además de las estaciones climatológicas, definía también al propio
país y sus divisiones.
TRANSCRIPCIÓN DE LOS NOMBRES
EGIPCIOS
Uno de los grandes problemas a
la hora de enfrentarse con historia de Egipto es la traducción de los nombres,
pues no hay una norma comúnmente aceptada entre los estudiosos y es posible
encontrar grandes variantes de unos a otros. Esto se ve agravado aún más en
egiptología española relativamente reciente. Este es un problema que puede
llegar a ser grave e inducir a cierta confusión. La variedad de tendencias
motiva la adopción de alguna de las corrientes internacionales para la
transcripción de los nombres egipcios, de uso más común y que son los usados con mayor frecuencia.
FUENTES PARA LA HISTORIA DE
EGIPTO
La civilización egipcia ya
despertó un intenso interés en la antigüedad greco-romana. Tanto griegos como
romanos se sintieron atraídos por una civilización que en su época ya era
milenaria. Cuando la civilización griega estaba en pleno clasicismo y la romana
se afanaba por conquistar Italia, la civilización egipcia estaba ya entrando en
decadencia.
Por eso, las primeras fuentes
de información van a ser historiadores griegos: Heródoto de Halicarnaso,
historiador del siglo va. C., que dedica su libro II a la Historia de Egipto,
estudiando la geografía, las costumbres, los animales y la propia historia.
Dos siglos después, Manetón,
un sacerdote del siglo III a. C., escribió una obra llamada Aegyptiaka, de
la que solamente se conservan fragmentos, que han sido transmitidos por autores
posteriores como Flavio Josefo, Julio Africano, Eusebio de Cesárea y Sincelo.
En su obra, Manetón realiza un recorrido por la historia de Egipto, que divide
en períodos de tiempo y agrupa sus gobernantes en 30 dinastías que comienza con
la unificación de Egipto con Menes y concluye con Nectanebo II.
De este sistema de dinastías
es deudora la egiptología actual que, con evidentes y necesarias
modificaciones, continúa utilizando.
Pero necesariamente estos
autores, aparte de la observación directa o las narraciones de viajeros,
debieron utilizar fuentes de información que les permitieran compilar sus
relatos. Algunas de estas posibles fuentes han llegado hasta nosotros, y es muy
probable que también fueran conocidas por ellos. Son por ejemplo
la Lista Real de
Sakkara, que comienza con la Primera Dinastía y llega hasta Ramses II, y que
actualmente se conserva en el Museo de El Cairo;
la Lista Real de
Abidos, que se puede ver en el templo de Seti I en Abidos;
la Lista Real de Karnak del
Louvre, desde Tutmosis III hasta el Segundo Período Intermedio;
el Papiro de Turín, sin
duda el más importante de todos estos documentos que contiene unos 300 nombres
con la duración de sus reinados;
la Piedra de Palermo, documento
contemporáneo de la V dinastía, y aunque de modo fragmentario se trata de un
relato de las primeras dinastías.
En los últimos siglos y a
partir del desciframiento de la escritura jeroglífica por Champollión, las
fuentes de información se han multiplicado.
Aunque la arqueología egipcia
no ha proporcionado un relato continuado de su historia, sí ha proporcionado
narraciones parciales que han permitido reconstruir con cierta fidelidad la
sucesión de acontecimientos, a pesar de que las lagunas aún sean considerables.
CRONOLOGÍA
Otro de los grandes problemas
que plantea la historia de Egipto es el de la cronología de los
acontecimientos, que se ha ido complicando con el paso del tiempo y el
descubrimiento de nuevos documentos ya sean textuales o arqueológicos.
El período denominado
faraónico abarca más de 2500 años y va desde aproximadamente el año 3000 a. C.,
hasta la conquista de Alejandro Magno en el 332 a. C.
Manetón estableció las bases
de la historia de Egipto, dividiéndola en 30 dinastías y dando a cada una de
ellas una cronología específica. Esta cronología, aceptada durante muchos años,
y que se basaba en una lista sucesoria de monarcas, agrupados entre sí por unos
lazos de parentesco o unas características comunes, no se ha mostrado eficiente
a la hora de incorporar los datos que constantemente proporciona la arqueología
y los nuevos sistemas de datación.
La moderna egiptología se ha
visto en la necesidad de intentar poner en concordancia las diferentes
informaciones cronológicas, adoptando un triple sistema:
·
cronología relativa basada en las secuencias
estratigráficas de las excavaciones, la evolución de las cerámicas y la evolución
de materiales y diseños.
·
Un segundo sistema cronológico adoptado por los
egiptólogos es la llamada cronología absoluta basada en sucesos astronómicos
rastreables en los textos antiguos y que se pueden datar con cierta exactitud.
·
Por último están las dataciones gracias a
análisis de los objetos por radiocarbono o termoluminiscencia que se inició en los
años 40 del siglo XX y que llevaron a un acuerdo entre egiptólogos aceptando
que los dos últimos sistemas eran coincidentes. El problema es que las dataciones
llamadas radiométricas presentan un mayor índice de error que los sucesos
astronómicos, no permitiendo establecer la antigüedad exacta de un determinado
objeto, aunque los datos radiométricos sí que han sido de gran ayuda para las
épocas más antiguas, concretamente para la Prehistoria de Egipto.
En un intento de llegar a una
mejor conciliación entre fechas astronómicas y las proporcionadas por los
análisis radiométricos se elaboraron una serie de curvas de calibración que
permiten la conversión con un menor índice de error de los datos proporcionados
por la radiometría.
A pesar de lo dicho, y a lo
largo de los años, cada vez se ha hecho más complicado establecer una única
cronología para la historia de Egipto. Por desgracia, ésta varía, de una manera
más o menos radical, en función de las escuelas, pudiéndose hablar de una cronología
baja y de una cronología alta, algo, que, siendo desconcertante, no debe
preocupar siempre que sepa en qué marco cronológico se está trabajando.
Además, las discrepancias
cronológicas son más marcadas para los períodos antiguos, que pueden llegar
hasta las 200 años, mientras que para el Imperio Nuevo éstas se reducen a unos
10, y para la época de Psamético I en adelante (dinastía XXVI), las fechas
prácticamente son las mismas.
IMPERIO O REINO
Los egiptólogos cuando
comenzaron a estudiar la Historia de Egipto decidieron que esta debía ser
compartimentada en períodos. Ya en la Antigüedad, Manetón había dividido a los
gobernantes egipcios en dinastías, pero en ningún momento agrupó estas
dinastías en períodos; esto es algo que decidió hacer la moderna investigación,
probablemente para facilitar su estudio.
Así se definieron cuatro
períodos (antiguo, medio, nuevo y época baja) y se estableció el paso de uno a
otro por aquellos momentos en los que se debilitó el poder central. Estos
momentos recibieron el nombre de períodos intermedios.
Tradicionalmente se optó por
denominar a cada uno de estos períodos de concentración del poder como «Imperio»,
y así aparecen las denominaciones de Imperio Antiguo, Medio y Nuevo, separados
por los tres períodos intermedios que fueron enumerados (Primer Período
Intermedio, Segundo Período Intermedio y Tercer Período Intermedio).
En los últimos decenios un
grupo de egiptólogos, sobre todo británicos, optó por cambiar la denominación de
«Imperio» por «Reino», algo que no ha sido unánimemente aceptado, y un
importante grupo de la investigación sigue optando por la forma de «Imperio» para
nombrar los períodos de la historia de Egipto.
LENGUA Y ESCRITURA EGIPCIA
LENGUA
La lengua egipcia presenta
numerosas dificultades para estudiar su origen. No se puede negar su relación
con las lenguas cercanas, las llamadas lenguas semíticas como el hebrero, el
arameo o el acadio, pero, además, su situación en el paso entre Asia y África
motivó que también estuviera influenciada por otras de la zona oriental
africana, como el somalí y también con las de las poblaciones bereberes del
norte de África.
La estructura general de la
lengua está compartida con las de origen semítico, pero también tiene muchas
diferencias con ellas, más de las que ellas tienen entre sí, y su relación con
las africanas motiva que se deba encuadrar dentro del grupo de lenguas
semíticas. Se trata de un lenguaje que estará, como no podría ser de otra
manera, en evolución, con un rico vocabulario.
El lenguaje egipcio, como
norma general, pasó por tres periodos:
a) El Egipcio Antiguo empleado durante las dinastías
I a VIII, muy formalista, como reflejan los Textos de las Pirámides y
los numerosos documentos oficiales. Acabó convirtiéndose en el lenguaje
religioso por excelencia.
b) El Egipcio Clásico, utilizado desde la dinastía
IX hasta la XVII. Es un lenguaje no tan oficial, sino mucho más popular, se
empleó en numerosos textos literarios y en los monumentos donde continuó
usándose hasta la época romana.
c) El Neo-Egipcio, dinastías XVIII a XXIV, que se
utilizó sobre todo en documentos comerciales y cartas y, raramente, en
monumentos oficiales a partir de la dinastía XIX.
d) Finalmente el Demótico, a partir de la dinastía
XXIV y casi hasta el final de la época romana, muy ligado a la escritura
demótica.
El Copto, es el
lenguaje egipcio más tardío; fue empleado, sobre todo, por los coptos, es
decir, los cristianos descendientes de los egipcios y se utilizó hasta la
conquista árabe en el 640, cuando paulatinamente fue reemplazado por el árabe.
ESCRITURA
Uno de los grandes avances de
los egipcios fue la creación de un sistema de signos que representaban el
lenguaje y que todo el que conociera ese sistema de signos podía convertirlos
de nuevo en lenguaje. Fue en definitiva la invención de la escritura, que
aparece, más o menos simultáneamente en el valle del Nilo y en la zona del
Éufrates y del Tigris.
La escritura egipcia recibió,
por extensión, el nombre de Escritura Jeroglífica y, claramente tuvo un
origen pictórico. Surgió a finales del IV milenio a. C., en el llamado período Predinástico.
En principio era un sistema con muchas limitaciones, pero que cumplía la
función para la que fue creado.
Existían dos clases de signos:
los figurativos, llamados también ideogramas, que hacían
referencia a un objeto o expresaban una idea; y los signos sonoros o fonogramas
que se utilizaban para deletrear palabras.
La grafía de la escritura de
los egipcios no fue uniforme a lo largo de los siglos, y dependía también de la
finalidad del texto al que estaba destinada.
Así hay tres tipos diferentes:
·
La Escritura Jeroglífica, destinada a
ser esculpida sobre monumentos, sobre todo en los muros de los templos con un
claro espíritu decorativo. Habitualmente tenía un contenido religioso y fue
empleada hasta finales de la dinastía XX.
·
La Escritura Hierática, era empleada por
los sacerdotes, una forma cursiva y estilizada, de trazos angulares del
jeroglífico, que se realizaba con un pincel de caña habitualmente sobre papiro.
Durante el Imperio Antiguo, aparte del soporte, presentaba muy pocas
diferencias con el jeroglífico, pero a partir del Imperio Medio comienza a
evolucionar y desarrolla una ortografía propia y cada vez más se emplea para
textos religiosos.
·
La Escritura Demótica, o popular. Fue
una evolución del hierático, empleada en la vida cotidiana en época ptolemaica
y romana, sobre papiro, aunque algunas veces aparece en estelas de piedra.
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